Micaela Varela/El Pais.- Fue una simple y ridícula caída mientras dormía, según el primer informe. Un documento de la policía del pasado domingo daba parte de la muerte de Miguel Cortés, el presunto feminicida serial de Iztacalco, sin ninguna sentencia y antes de que empezara el primero de los muchos juicios que le esperaban. En las primeras horas de aquel día fue trasladado al hospital. Los médicos dictaminaron la muerte por una “intoxicación que derivó en paro cardíaco”. No especificaron cuál era la sustancia ni cómo llegó a su celda de aislamiento ni si la caída tenía algo que ver. Cortés apenas llevaba un año en prisión tras ser detenido el 16 de abril del año pasado, cuando la madre de su última víctima, una niña que vivía en su edificio, le encontró abusando de ella en su habitación. La niña murió asfixiada, la madre recibió varias puñaladas, pero él no pudo huir. Los agentes encontraron en su departamento huesos de mujeres, carnet de identidad de personas que llevaban años desaparecidas, diarios que describían con detalle los crímenes, sangre. Evidencias que apuntaban a toda una vida asesinando en impunidad.
Cortés tenía una vida de bajo perfil en el edificio de azulejos azules en la cerrada 16 de septiembre, en Iztacalco. Iba a trabajar a un laboratorio, no hablaba con los vecinos y no se le solía ver con gente. Nacido el 5 de octubre de 1984 en Ciudad de México, era un hombre alto y corpulento. En sus redes sociales hacía activismo de un estilo de vida vegano, en contra de las corridas de toros y pro derechos de los animales. Acudía a algunas manifestaciones animalistas y posteaba fotografías con su bata blanca de laboratorio. De vez en cuando, escribía poesías oscuras en su perfil, alusiones a cuerpos fríos y a mujeres anónimas. Allí hay una foto en la que sale rodeando con su brazo a una chica que mira seria al objetivo de la cámara. Frida Sofía Lima Rivera comenta en algunas de esas fotografías. Ese año, la joven estudiante de 22 años desapareció.

Erendali Trujillo, abogada de las últimas víctimas, María José y su madre Cassandra, fue de las únicas visitas que recibió Cortés en la cárcel. Entró con un equipo de peritos para elaborar un perfil psicológico del presunto feminicida. Buscaba documentar su peligrosidad para pedir la pena máxima, 116 años, y para que le trasladaran a una cárcel de máxima seguridad donde estuviera más controlado. Trujillo recuerda de las entrevistas con Cortés su tono tranquilo, respetuoso y dirigiéndose a ella de usted. “Se notaba que tenía carrera”, señala. Admiraba a los asesinos seriales famosos que habían llegado a televisión, como Dahmer o Bundy. De hecho, la abogada indica que su apartamento estaba decorado siguiendo la estética del de El carnicero de Milwaukee, el apodo del joven que mató a 17 chicos en crímenes con ingredientes de sexo y canibalismo en Estados Unidos.
El perfil psicológico determinó que Cortés era una persona peligrosa y narcisista, y que era un riesgo tenerle con otros presos. Por eso, vivía en un área de acceso restringido del Reclusorio Oriente, con pocos compañeros que le consideraban un soberbio. La policía indicó en el informe que Cortés estaba bajo tratamiento con medicamentos, y la abogada añade que su aspecto físico estaba desmejorado. “Olía desagradable, con un pH muy particular. Traía sandalias de plástico. Entró la penal pesando 90 kilos y estaba flaco en las entrevistas, como 70 kilos”, recuerda. Nadie le había visitado en todo ese año en prisión, ni su hermana ni su madre. De hecho, les había pedido que dejaran de gastar en abogados porque “sabía que se iba a quedar allí dentro”. Lo único que le pidió a la abogada a cambio de hablar fue un libro, el Manual del asesinato en serie. Aspectos criminológicos, de Juan Francisco Alcaraz Albertos. A cambio, le confesó con la cámara apagada que había asesinado a más de 30 mujeres, algunas en México y otras en otros países. “Hay que creerle la mitad porque estos tienden a fanfarronear muchísimo. Él quería ser famoso y se preguntaba por qué no le mandaban cartas a prisión como los asesinos que él admiraba”, detalla Trujillo.
Ahora que Cortés ha muerto, el caso de María José quedará sobreseído, adelanta Trujillo. Cassandra aprovechó la misa del primer aniversario de la muerte de su hija para insistir en que ella no considera el fallecimiento del sospechoso justicia. Con el cuello lleno de cicatrices por su enfrentamiento cuerpo a cuerpo con él cuando le vio encima del cuerpo semidesnudo de la adolescente, recordó la llamada de burla que recibió su familia desde Cortés en prisión. Fernanda, la hermana de María José, se pregunta cómo el detenido accedió a su número y la llamó tres días antes de morir. Le dijo que estaba triste por lo que había hecho, que no podía creerse que ya hubiese pasado un año. Ella le gritó por teléfono que era un asesino, y él respondió con una carcajada. “Me dijo que sí, que sería un asesino, pero que no se arrepentía de nada de lo que le había hecho a mi hermana y a las otras mujeres”, recuerda.
Cortés murió sin juicio y sin sentencia, y ha dejado las familias de sus víctimas sin justicia. Ahora, el equipo legal de Trujillo busca certificar la veracidad de la muerte del químico, descubrir las circunstancias para que falleciera en aislamiento y con custodia, y demandar a la Fiscalía por omisión. Ninguna investigación cruzó los datos de las tres carpetas en las que se mencionaba el nombre de Miguel Cortés como sospechoso o testigo en la desaparición mujeres desde 2012. “Al menos si Miguel Cortés hubiera muerto con sentencia de las víctimas que se le saben y de las que no… Ya no lo sabremos. Si hubo más mujeres asesinadas, se llevó el secreto a la tumba”, sentencia Trujillo.