Un día en la vida de un periodista en Gaza

Cargar las baterías, desplazarse para hacer fotos o conseguir dinero en metálico con el que comprar comida requieren un tiempo y esfuerzo inimaginables. Las muertes de otros reporteros en ataques israelíes le hacen sentir constantemente al borde del abismo.

En el norte de Gaza, los días siniestros se suceden y se parecen, como una película de horror en bucle, mientras la cámara de Mahmud capta sin descanso las instantáneas de la tragedia: los cadáveres desmembrados, la mirada espantada de los niños, las despedidas, los pasos cansados y sin rumbo de los desplazados, los hogares en ruinas. Este fotoperiodista lleva año y medio sin un día de descanso y sin dejar de transmitir imágenes. Probablemente, el lector habrá visto alguna de sus fotografías en estos meses, pero por seguridad, no da en esta entrevista su nombre verdadero ni detalles sobre dónde publica sus trabajos.

“Me despierto cada mañana y sigo sin creer lo que veo a mi alrededor. A veces me quedo sentado un buen rato, mirando en silencio la destrucción de mi barrio y me siento sobrepasado”, cuenta a este periódico. La entrevista se realiza por mensajes de WhatsApp intercalados con fotos, pequeños vídeos y alguna nota de voz breve.

Mahmud es un treintañero que siempre quiso ser fotógrafo y que nunca ha salido de los 365 km2 de la franja de Gaza. Lleva más de una década colaborando con medios de comunicación, pero esta guerra ha hecho que sea solicitado diariamente. Buena parte de los empleados del medio para el que trabajaba con asiduidad se marcharon de Gaza antes de que se cerrara el paso fronterizo de Rafah, en el sur, hace casi un año, pero su nombre no estaba en ninguna de las listas de personas con permiso de salida y, además, tampoco quería abandonar a su madre y hermanos.

“Estoy exhausto. Física y mentalmente. Me he deprimido, me he enfadado, pero no he dejado de hacer fotos ni un solo día desde octubre de 2023, aunque sí ha habido situaciones en las que ha sido muy difícil seguir trabajando”, explica.

Me he deprimido, me he enfadado, pero no he dejado de hacer fotos ni un solo día desde octubre de 2023

Sus mensajes llegan cuando tiene conexión, normalmente muy temprano, antes de que empiece a trabajar, y tarde, cuando regresa a casa. Mahmud está soltero y vive con su madre, cuatro hermanos y la familia de uno de ellos. Regresaron a Yabalia, al norte, a finales de enero, tras la entrada en vigor del alto el fuego y después de pasar un año desplazados en cinco lugares diferentes del sur de la Franja. Encontraron su hogar destrozado y carbonizado por las bombas, pero lo limpiaron e intentaron recuperar una mínima calidad de vida. “Duermo en una habitación que no tiene paredes, ni puertas ni ventanas, solo unas lonas que la aíslan ligeramente del exterior y nos protegen del viento y la lluvia. Pero sigue siendo mejor que una tienda de campaña”, considera.

Las noches son largas y los adultos pasan muchas horas despiertos, debido al estruendo de los bombardeos cercanos y al miedo. Mahmud se levanta cansado, pero comienza su día al amanecer yendo a un lugar donde carga las baterías del teléfono, ordenador portátil y cámara gracias a la energía solar.

Solo periodistas

El acto más simple de la vida diaria es terriblemente complicado en Gaza, pero Mahmud explica, aliviado, que aún les quedan dos sacos de harina que pudieron comprar antes de que terminara la tregua el 18 de marzo. “Estoy desayunando pan hecho por mi madre”, cuenta. Todas las panaderías de Gaza tuvieron que cerrar hace un par de semanas debido a la falta de harina y combustible, ya que en la Franja no entra ningún tipo de ayuda humanitaria desde el pasado 2 de marzo.

Este fotógrafo también detalla que él y sus hermanos pasaron mucho tiempo arreglando el cuarto de baño y que logró comprar un depósito de agua para el aseo de su familia. Cada mañana logra tener la sensación de ducharse metiéndose en la bañera y usando un cubo de agua.

Escuchándose admite que sus condiciones de vida “dan miedo”. “Todo se ha vuelto terriblemente primitivo. Ya está escaseando de nuevo la comida, el agua está en mal estado y trabajar sin electricidad y con poca conexión a internet es agotador… Todo esto nos pone a prueba cada día, cambia nuestra forma de ser y nos agria el carácter. Esta no es una guerra convencional”, repite.

Sus preguntas, sus dudas y su angustia han ido en aumento desde hace días, sobre todo desde que Israel dio por terminado el alto el fuego y varios colegas murieron en ataques israelíes, que, según Mahmud, estaban claramente dirigidos contra ellos. “Los conocía a todos. Llevo años trabajando en esta profesión y entre los colegas, nos apreciamos, aunque tengamos ideas políticas diferentes”, admite, tristemente.

Según el Comité para la Protección de los Periodistas, al menos 175 reporteros gazatíes han perdido la vida violentamente desde octubre de 2023. Según las autoridades de la Franja, donde gobierna de facto el movimiento islamista Hamás, el número pasa de 200. Desde hace año y medio, más de 51.000 gazatíes, la mayoría mujeres y niños, han perdido la vida en esta guerra, según cálculos de las autoridades locales, retomados por la ONU. “El ejército israelí justifica sus crímenes contra nosotros, intentando que el mundo nos vea como activistas, como parte del conflicto. Pero no es cierto, somos solo periodistas”, opina Mahmud.